Estaba terminando de apartar el barrizal del establo, ya a últimas horas de la tarde, cuando el cielo comenzó a ponerse oscuro otra tarde más. Vaya suerte, con el buen día que había hecho. Entré en casa y me dí un baño. Empezando a preocuparme porque mis hermanos no llegaban, entraron de repente los dos en casa dando gritos.
- ¡Marcus!, ¡Marcus!, mira lo que hemos cogido.- dijo Andre enseñándome una bolsa de piel.
- A ver que es lo que traéis.- Abrí la bolsa y había al menos dos docenas de manzanas. - ¿como habéis conseguido ésto?
- Pues de los árboles, Marcus.- respondió la pequeña Marian.
- ¿De los árboles? Pero si no llegáis a los árboles.- Les dije con cariñoso reproche. - ¿Niños?
- Bueno...se las hemos cogido esta mañana a un hombre que se bañaba en el río. Pero es que hacía tiempo que no comíamos unas manzanas tan dulces y queríamos traerlas para tí.
Para cuando florecían las de nuestro huerto siempre venían los soldados del rey a llevárselas.
- Andre, pequeño, es un detalle, y sí, tienen muy buena pinta pero ya te he dicho muchas veces que está muy mal robarles la comida a los viajeros.
- Lo siento.- respondió mi hermano poniendo una forzada cara de ángel.
- Bueno, a ver, ¿queréis ayudarme a preparar la cena?
- Sí, ¡vamos!.- dijeron entusiasmados los dos chavales corriendo a la cocina, mientras yo echaba un último vistazo por la ventana al mal tiempo.