Tocaba hacer guardia en el centro de la ciudad, yo junto con otros dos soldados nos encargabamos de ello. La plaza parecía tránquila, que Lucian hubiese expuesto su nueva ley y al sádico convincente que la llevaria a cabo sin duda había hecho mella.
Los caballos se habían quedado en el cuartel así que rodeamos a pie la plaza observando a la gente, uno de los soldados se dirigió a la entrada sur de la plaza y mi otro compañero y yo a la norte.
-¿Te has enterado? Del traidor...-comentó con mirada curiosa y a la vez llena de dureza.
-Lo ignoro -le aclaré sin saber a que tema se referia.
-Un guardia, al parecer tenía trato con rebeldes. No sé como pero lo han perdido, claro que, su cabeza ya tiene un buen precio -llegamos al extremo norte de la plaza y paramos.
-Entiendo, ¿Y a los que le han perdido no se les ha impuesto castigo? -pregunté severamente dudando de la destreza de un solo hombre para burlar a toda la guardia de Tulcea.
-Quien sabe -le escuché mientras acariciaba la empuñadura de la espada y admiraba el valor de ese hombre, o más bien, su locura. Me giré a mi derecha para obresvar el movimiento de la gente en la plaza mientras el otro soldado seguía hablando sobre que todo catsigo era poco para un rebelde, y aun más para un traidor. Asentí aunque no estuviese de acuerdo con sus ideas, no es que yo fuese simpatizante de los rebeldes pero tampoco lo era de la coacción sobre la libertad.
Entre pensamientos vimos un alboroto que en menos de un segundo se había formado, un chico que no tendría más de unos quince años caminaba muy aprisa mirándo hacia todos lados e intentando fundirse con la multitud. Mi compañero fue más rápido y fue hacia él, yo le seguí.
-¡Al ladrón! -gritó una mujer que provenia del sur de la plaza, mi suposición sobre lo que pasaba se confirmó, aceleré el paso adelantando al otro soldado, rozando las armaduras al pasar por su lado. El chico empezó a correr pero por su frente venía otro militar, no tenía salida alguna, paró en seco y cuando lo hizo me encontraba a su espalda. Lo giré con brusquedaa, al ver su cara de angustia cierto tintineo sonó en mi conciencia, aunque mi semblante no cambió al hablarle, tenía a los otros dos soldados a mis espaldas espectantes de como me ocupaba de aquel asunto.
-¿Qué tienes ahi? -pregunté con seriedad, el chico cada vez respiraba con más fuerza y más dificultad, al abrir el ropaje destartalado que sujetaba con fuerza rodenadose calleron al suelo algunas manzanas, miré hacia el suelo y después levanté la vista de nuevo hacia él -Así que robando.
-Perdoneme, perdoneme mi señora, tenía hambre...-tartamudeó mientras palidecia, era mujer y se podría pensar que eso no despertaría el respeto de nadie, pero también era conocida, y mi fama al servicio de Lucian me precedia, fuese real o no. Antes de que alguno de mis compañeros diese el paso me precipité y puse mi mano alrededor de su cuello, podría sentir el frio metal de la armadura en sue cuello pero ni siquiera estaba haciendo presión, seguramente él no llegaria a saberlo pero cualquier otro soldado le estaría dejando sin respiración en aquella situación, sabía que castigar a un muerto de hambre por coger un par de manzanas no entraba en mi concepto de "lo que está bien", pero como tantas otras veces tenía que salvaguardar mi propia fachada si quería seguir con vida.
-Los ladrones se pudren en el calabozo...-dijo claramente mi compañero, giré la cara para observar a mi alrededor, el revuelo había hecho que toda la gente de la plaza se congregase...perfecto ¿Cómo iba a sacar al chico del apuro con semejante público?