El día había amanecido con un portentoso sol que alumbro cada rincón de la gloriosa ciudad de Tulcea, su Rey exploro con la vista hasta donde sus ojos le permitían y se masajeo la barbilla con una torcida sonrisa.
Aquel día sería recordado, como otros tantos de su historia, aquel día asestaría un nuevo golpe contra todo aquello que pudiese desmoronar su reino y sus credenciales.
-Padre-le nombro Vasile, el joven heredero, con tono de cautela.
-Pasa-le permitió el austero rey.
Los pasos del joven fueron cortos pero rápidos, cuando llego a su altura no lo miro se limito a cruzar sus manos detrás de la espalda ante su mirada inquisidora .
-¿Qué deseaba de mi?-pregunto de nuevo sin mirarle.
-Tu presencia-respondió Lucian ante la reacción confusa de su hijo-
Hoy es un día importante, y quería disfrutar de tu presencia antes de notificar al pueblo que nada ni nadie me hará perder las riendas de este lugar…Horas mas tarde, en la voluminosa plaza principal de la ciudad de Tulcea, a los pies de la catedral la muchedumbre se agolpaba por sectores. Los bancos habían sido extraídos de la catedral para sentar a las ramas más altas de la nobleza y realeza.
Tras ellos la baja nobleza se ubicaba de pie , rodeados por un semicírculo de burgueses. Entre estos últimos y los campesinos había dos filas de infantes, para evitar el contacto. Un elevado escenario improvisado, se situaba frente a las majestuosas puertas de una maravilla arquitectónica como era la catedral de Tulcea, allí el rey esperaba impaciente la llegada del arzobispo, el cual traería consigo a la ultima arma que haría reales los deseos del rey.
Lucian odiaba que le hicieran esperar, pero cuando vio aparecer al arzobispo seguido de una firme legión de musculosos guerreros, descarto aquel defecto y se centro en lo que tenía que hacer ahora.
Se levanto y camino hacía una especie de trono que lo mantenía varios escalones elevado por encima de los miembros más próximos a el en el escenario: Su hijo, sus guardias personales, los miembros más altos del consejo, del clero y otros asiduos familiares de la realeza.
El silencio de la plaza era sepulcral, y el rey no pudo ocultar una media sonrisa de conformidad. Adoraba imponer tan solo con su presencia, síntoma claro de su fuerza y control.
Hecho una rápida mirada hacía su derecha donde se encontraba el arzobispo y comenzó su discurso.
El discurso fue elaborado por partes, primero hablo y recordó los claros y concisos principios del reino, alabo alguno de los últimos éxitos militares y finalmente abordo el preocupante y peligroso problema.
-La rebeldía no es más que un síntoma de debilidad, que nos volverá vulnerables a otros y que nos causara mas dolor y sufrimiento que el que prometen con sus ilógicas ideas sobre solidaridad, respeto y libertad. ¿Acaso la libertad os protegerá de la ambición de sangre de los húngaros? ¿Os ofrecerán ellos respeto por que si? Ya os lo digo yo, ellos solo os sonreirán antes de mataros burlándoos de vuestra “libertad”…El rey había escuchado algunos murmullos conforme el discurso se había ido calentando y yendo a temas que provocaba cierto nerviosismos y tensiones. Aquellos rebeldes solo habían traído desconfianza al reino, un reino que había permanecido intacto y estable hasta su aparición.
-Por eso hoy-continuo tras unos segundos-
Libraremos a nuestra nación de esa lacra que no hará mas que condenarnos, seguiremos siendo fieles a nuestros principios los que nos mantienen con vida… Erradicaremos a todo aquel que halla abandonado y traicionado a nuestra ley, y seremos impasibles ante cualquier síntoma de debilidad.Lucian se recreo momentáneamente en las miradas de los asistentes. Levanto una mano y la torció tendiéndola hacía la derecha.
-Y ellos serán las manos que limpiaran nuestro reino…Vlat Dracul y su poderosa legión, ejecutaran la ley 47 con total poder.
Tras un corto revuelo por la subida imponente de los aguerridos soldados y la lectura de la ley 47, Lucian volvió a mirar en dirección a la muchedumbre y se alimento del miedo que creía haber generado en ellos.
LEY 47
Cualquier hombre, mujer y niño del que se sospeche, acuse o se confirme su identidad como rebelde y traidor de las leyes y principios del reino de Dacia, será inmediatamente sentenciado sin juez ni juicio por la décima Legión del Rey Lucian Cel Mare de Tulcea y soberano absoluto de Dacia.
La pena será la muerte por culpa y castigo mayor,
entendiéndose por traición y participe en el furtivo
y prohibido grupo de los rebeldes cualquier acto de:
-Atentado físico contra la realeza, la nobleza o
la supremacía militar.
-Infidelidad hacía el Rey Lucian
y sus principios de orden y poder.
-Negativa a cumplir las órdenes o
leyes escritas en las tablas de Tulcea.
-Abandono de las tareas o
cargos impuestos en el organigrama social.
-Trato con rebeldes confirmados,
se prohíbe negociar con ellos o
cualquier tipo de intercambio de intereses.
-Ayuda o asilo,
se ordena que todo aquel que sepa del lugar de escondite o
residencia de un rebelde informe a la autoridad mas cercana.